Silvio Rodríguez ha sido un icono de la revolución cubana, sólo comparado a Ernesto Guevara y el propio Fidel Castro. Si se fuera a seleccionar un artista para simbolizar la revolución, nueve de cada 10 cubanos dirían sin poner reparos que ese dudoso honor le corresponde a este trovador de notable talento que entregó su alma al diablo del castrismo. No cabe duda que una cercana rival sería Alicia Alonso, pero Silvio por practicar un arte más popular, que llega más directamente al pueblo y en consecuencia se presta a una mayor politización, obtendría la victoria. Otro cantautor notable es Pablo Milanés, el resto de los creadores del castrismo, independientemente a su vocación de servicio a la dictadura, han logrado cierto relieve por la conjunción del talento y la inversión política y económica que la dictadura hizo en ellos.
Valdría la pena un día investigar cuanto se ha gastado el castrismo en promover figuras nacionales y extranjeras. Cuántos festivales, libros, conferencias, seminarios, viajes, instituciones culturales de diferentes tipos y conciertos, entre otras actividades, ha auspiciado el estado mecenas cubano que al final de cuentas les cobra bien caro la obediencia a los artistas que distingue.
Silvio y Pablo Milanés han sido parte sustancial de la historia del arte cubana, pero también de la política, en todos estos años. El talento de uno y el otro le fue muy útil al castrismo. Fueron los arquetipos de una juventud que se identificaba con el nuevo orden. La irreverencia siempre prudente, como la que se aprecia en ¡Ojalá!, siempre fue excusada. Ellos le cantaban a la utopía, al hombre nuevo, al nuevo mundo que se forjaría en la isla del doctor Castro.
En los tiempos duros. Cuando la censura se impuso y muchos artistas conocieron el exilio, la cárcel y hasta la muerte por defender sus convicciones, estos virtuosos de la trova en el mejor de los casos practicaron un silencio cómplice, o explícito en el caso de Rodríguez, que aceptó ser diputado a una Asamblea Nacional, que él, mejor que muchos, sabía que no representaba al pueblo.
La ternura de la poesía de ambos y las melodías de sus composiciones eran propicias por igual para un primer beso, una guardia en una trinchera con el fango hasta el cuello o empuñar el fusil para ejecutar un enemigo. El arte de los dos se prestaba mágicamente para engalanar la épica revolucionaria, en particular para hacer hervir la sangre a aquellos que están siempre dispuestos a soñar, aunque para ello haya que matar al cordero.
La Nueva Trova marcó un hito en la historia de Cuba, y en la del mundo de habla hispana. Silvio y Pablo, por mucho tiempo ambos perdieron el apellido, consecuencia de la inmensa simpatía que les profesaban en la isla y fuera de ella, recorrieron el mundo con un mensaje de amor, justicia y paz, mientras en la isla de los dos, esos sentimientos y conceptos estaban ausentes.
Con el tiempo la figura de los dos trovadores se agotó en el terruño que les vio nacer. Sus admiradores, que siempre les asociaron al proceso, se percataron que todos envejecían, pero no de igual manera. Silvio y Pablo se enriquecieron, vestían y viajaban, poseían bienes con los que sus compatriotas no podían soñar y junto a sus antiguos patrocinadores seguían defendiendo un modelo político fracasado que sólo había funcionado para quienes detentaban el poder, o para quienes estaban dispuestos, a la sombra de la miserable vida de los otros, a brillar hasta el fin de los tiempos.
Silvio Rodríguez, regresando al título de estos apuntes, ha sido una especie de Ernesto Guevara en lo que respecta a la promoción de la cultura del castrismo en el exterior.
Si el guerrillero argentino-cubano personifica la violencia revolucionaria, el odio como máquina selectiva para matar y es la bandera de aquellos que quieren el cambio sin saber donde les conduce, el talentoso juglar, particularmente en Hispanoamérica, ha sido la figura artística de Cuba que más identifican con la revolución, no porque su público lo haya querido, sino porque él se ha prestado a dar la imagen de un artista comprometido con la justicia y la igualdad que supuestamente existen en la isla.
Silvio y Pablo han sido artistas plenamente identificados con la dictadura. El presente es consecuencia del pasado que ellos ayudaron a construir. Lo que ocurre hoy, también sucedió ayer. Los vecinos de Dachau y Treblinka afirmaban que ellos nunca vieron el humo ni sintieron el olor a carne quemada, pero los campos estaban allí, y lo que ha sucedido en Cuba durante 51 años ha estado a la vista y los oídos de estos notables trovadores, que a pesar de la sensibilidad que les caracteriza, no han escuchado el clamor del silencio que aplasta a sus compatriotas desde hace mucho tiempo.
http://informe21.com/blog/pedro-corso/silvio-che-trova
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